sábado, 9 de febrero de 2013

Misterios de la Esfinge y las Pirámides de Giza



Misterios de la Esfinge y las Pirámides de Giza





Los egiptólogos y arqueólogos modernos, en su búsqueda por evidencia que pueda explicar los pormenores de la antigua civilización egipcia, han podido encontrar artifactos que supuestamente datan eventos prehistóricos e históricos desde del sexto milenio A.C., reflejado en sus descubrimientos de antiguas dinastías. Es por eso que este cuerpo de científicos han determinado que la construcción de las pirámides de Giza y de la Esfinge, fueron probablemente construídas durante disnastías más recientes, probablemente alrededor del tercer milenio A.C., alrrededor de la época en que supuestamente se habían descubierto los metales. Desafortunadamente, este cuerpo de científicos ha llegado a un obstáculo en términos de ideologías, pues ciertos hallazgos en los campos de la geología y astronomía, contradicen por completo las explicaciones de los hallazgos hechos por los egiptólogos.



Por ejemplo, en la década de los 90’s del siglo XX un grupo de geólogos americanos estudiaron a fondo la Esfinge, la famosa y gigantezca escultura tallada de una sola roca de piedra caliza, la cual mide 240 pies de largo por 66 de alto, y está localizada al oeste del Río Nilo. Estos geólogos estudiaron a fondo los patrones de erosión de esta gran roca, y encontraron que la roca estaba muchísimo más erosionada que otras estructuras hecha del mismo tipo de piedra, y que están localizadas cerca de esta estatua. Los geólogos calcularon que la piedra fue probablemente esculpida en el año 10,000 A.C., basado en los patrones de erosión. También dilucidaron que para haber existido tales patrones de erosión en la roca, que el clima y la flora de ese lugar eran probablemente similares a los habidos en tierras tropicales (y no desérticas), particularmente en los milenios cercanos al tiempo de su construcción.

Los astrónomos han sido igual de irreverentes con los pobres egiptólogos. Basados en estos cálculos razonables hechos por los geólogos, algunos astrónomos modernos recientemente han utilizado herramientas provistas por programas de astronomía para computadoras, y han retrazado la apariencia de los cielos antiguos para el mismo período, alrrededor del 10,000 A.C. Lo que han encontrado fue facinante.

De acuerdo a los modelos representados por estos programas de astronomía, y tomando en cuenta el despacio movimiento de oscilación circular de la tierra, los astrónomos modernos han encontrado que la constelación de Leo aparecía exactamente hacia el este en el día de equinoccio de primavera, antes de que el sol saliera por la mañana, en el antiguo Egipto del año 10,500 A.C. Si estas calculaciones son ciertas, entonces esta construcción tomó lugar durante la era de Leo (desde entonces la humanidad ha pasado por las eras de Cancer, de Gemini, de Tauro, de Aries, y de Piscis, cada una durando aproximadamente 2,160 años). Quién quiera haya sido el autor de esa escultura tuvo la oportunidad de ver a esa estatua presenciando su propia imagen en las estrellas del amanecer durante la simbólica fecha del equinoccio.



Otro detalle interesante con respecto a la edad de esta antigua civilización también proviene de los descubrimientos de los astrónomos y sus modelos de computadoras. Se sabe que la posición de las tres gran pirámides de Giza con respecto a ellas mismas aparenta ser un diagrama en escala de la posición de las estrellas en la correa de la constelación de Orión.



En la pirámide de Keops, en el lado sur de la estructura, hay un ducto que conecta a la superficie de la pirámide con la recámara del Faraón. Cuando este ducto de menos de 5 pulgadas de diámetro fue descubierto se creía que era un pasaje para la ventilación. Sin embargo, astrónomos contemporáneos calcularon la posición de las estrellas de la correa de Orión tal y como se verían en el cielo en el año 10,500 A.C. y se llevaron tremenda sorpresa. Debido a la lenta oscilación de la tierra, los astrónomos descubrieron que la constelación de Orión se encontraba a un ángulo mucho más bajo en el antiguo cielo del año 10,500 A.C que lo que se encuentra hoy en día. Por medio de modelos y cálculos descubrieron que las tres estrellas de la correa de Orión podían ser vistas desde la racámara del Faraón a través del ducto en el 10,500 A.C., hazaña imposible en el día de hoy.


El hombre con su capacidad creativa sin límites, en el aquel entonces del amanecer de la civilización, nos ha demostrado a través de los portales del tiempo que hay ciertos lenguajes universales que son entendidos por todos, incluyendo el idioma de las estrellas. Implícitamente, estos descubrimentos utilizando conocimientos científicos señalan que el uso de herramientas de metal, y por ende, la existencia de la civilización, han sido establecidos por muchísimo más tiempo que lo estimado. Si algún día logramos deshacernos de las creencias impuestas por los egiptólogos modernos, a lo mejor podremos acercarnos a los verdaderos orígenes de nuestra civilización. Si eso sucede, a lo mejor algún día aprenderemos algo más sobre nosotros mismos.






Es en tiempos del Imperio Medio, a finales del III milenio a.C., cuando estas imágenes aparacen con más profusión. Los ejemplos descubiertos en Tanis, pertenecientes a Amenemhat III, de la dinastía XII, ofrecen la paticularidad de que la parte humana de la esfinge se reduce al rostro del faraón, mientras que la melena, las orejas y el resto del cuerpo son de león. Desde inicios del Imperio Nuevo, a mediados del II milenio a.C., aparecen esfinges más desarrolladas, con los rasgos de animal más suavizados; sobre el nemes o pañuelo real ostentan nuevos tocados y adornos, como la doble corona del Alto y Bajo Egipto o la corona atef (la corona blanca del Alto Egipto con dos plumas de avestruz). También llevan amplios collares, e incluso alas plegadas o el cuerpo cubierto de plumas, seguramente en relación con el dios halcón Horus. Ahora la esfinge se identifica con el dios Amón-Re, lo que da lugar a una nueva esfinge con cuerpo de león y cabeza de carnero, el animal sagrado de Amón. Por la gran cantidad y variedad de representaciones halladas, se podría decir que la figura de la esfinge alcanza su apogeo a mediados de la dinastía XVIII, la época más gloriosa del Imperio Nuevo. Más tarde, en época grecorromana, desde el siglo IV a.C., la iconografía de la esfinge se enriquece con la de tipo griego, normalmente femenina y casi siempre con alas, aunque con un simbolismo completamente distinto: para los griegos, la esfinge era un monstruo malicioso.


Pero la más sobresaliente de todas estas representaciones es la Gran Esfinge de Gizeh, que la mayoría de estudios atribuyen a Kefrén, pese a que no existen documentos explícitos del Imperio Antiguo que así lo atestigüen.


jueves, 7 de febrero de 2013

ELECTRICIDAD EN LA ANTIGÜEDAD

LA ELECTRICIDAD EN LA ANTIGÜEDAD


¿Fue acaso Benjamín Franklin el verdadero padre de la electricidad? ¿Es que acaso existieron en la antigüedad tribus o culturas que ya conocían este tipo de tecnología? ¿Qué es esa extraña figura que se asemeja tanto a un bombilla eléctrico en una tumba funeraria del antiguo Egipto? ¿Qué tiene de cierto y de mito la llamada Pila de Irak?



Las bombillas de Dendera



Este extraño descubrimiento sucedió en el templo de la diosa Hathor, aproximadamente a 70 kilómetro de Luxor. En uno de los tantos jeroglíficos hallados en ese complejo funerario se muestra claramente lo que muchos, tratando de explicar acaso lo inexplicable, han llamado como la Bombilla de Dendera, puesto que muestran claramente cómo dos egipcios sostienen cada uno una especie de cristal de forma alargada y curva en cuyo interior se despliega una serpiente que sobresale de una flor de loto, que recuerdan a las bombillas o focos eléctricos de la actualidad. Así mismo, el tallo de esta flor parece estar “conectada” a una caja misteriosa que soporta el peso de un extraño personaje que sostiene un par de afilados cuchillos.

Muchos aseguran, que la presencia de aquel ser con los dos cuchillos sostenidos en las manos no sería más que una especie de símbolo antiguo de la actual calavera con dos huesos en forma de cruz, que buscaba advertir que aquel objeto que se hallaba sobre sus pies, era peligroso.



Esta explícita imagen, que a diferencia de otros jeroglíficos resulta ser precisa, así como la falta de una explicación formal por parte de los egiptólogos para descifrar su verdadero significado, han generado la especulación que la imagen no es otra cosa que el detalle histórico, acaso arqueológico, que los egipcios sabían mucho más de lo que nosotros a duras penas, hemos sospechado.

Y es que esta especulación se sostiene principalmente en una pregunta que a pesar de años de investigación arqueológica y científica no ha podido ser respondida. La pregunta en mención es la siguiente: ¿Cómo es posible, que los egipcios, pudieran trabajar a luz de vela en profundidades rocosas tan extremas como lo son el interior de pirámides o templos? ¿Cómo es posible que pudieran tallar, dibujar, pintar, esculpir, el interior de una tumba egipcia sin una fuente de energía tan potente que pudiera alumbrarlos adecuadamente en el trabajo?

Lamentablemente, los egiptólogos no han podido aún responder esta incógnita de manera certera y las explicaciones que tenemos a la fecha, resultan ser acaso tan imposibles como la propia idea de que los egipcios inventaran la bombilla eléctrica. Sus explicaciones van desde la utilización de gigantes espejos que podían reflejar la luz del sol al interior de las cuevas hasta en la utilización de candiles y antorchas de manera industrial que podrían iluminar todo el interior de los estrechos pasadizos de las pirámides. En cuanto al primer punto parece imposible creer que los egipcios para construir esas grandes pirámides y su magnífico interior, sólo trabajaban durante el día, es decir, menos de ocho horas diarias, cuando se sabe, que lo que sucedía era todo lo contrario, es decir, que sus horarios de trabajo eran realmente extremos e inhumanos realizables sólo por la gran cantidad de esclavos que tenía el imperio. Sobre el segundo punto, se puede indicar que es previsible que las grandes cantidades ya sea de candiles o antorchas de madera, debieron no sólo intoxicar por el humo que desprenden a los trabajadores, sino, y principalmente por cuestiones históricas, hubieran dejado una huella imperecedera en las paredes en las zonas de trabajo, y hasta el momento, no se han hallado rastro alguno, partícula alguna de ceniza o humo dentro de los palacios o tumbas faraónicas del antiguo Egipto.

La bombilla puesta a prueba



Pero volvamos a la bombilla que es por decir lo menos, la más arriesgada de las propuestas que buscan responder la interrogante sobre la falta de luz dentro de las pirámides. Justamente, tomando como base el jeroglífico de Dandera, se han realizado diversas pruebas buscando comprobar si este objeto podría en verdad generar luz eléctrica. Según se sabe, la prueba más beneficiosa fue la del ingeniero eléctrico, Walter Gran, quien reprodujo, con los datos obtenidos del altorrelieve, una copia similar.

Su modelo se realizó con un vaso cónico de dieciséis pulgadas de largo y cinco de diámetro. En cada extremo se habían colocado resina, a su vez que en uno de los polos se colocaba un electrodo y en el otro, un clavo. Para hacerla funcionar utilizó una bomba neumática y un transformador, y ciertamente, el experimento resultó favorable pues se logró obtener cierta luminosidad. No obstante, hay elementos y procesos modernos que aún no se comprende cómo lo ejecutaron los antiguos egipcios. Es decir, las pruebas lejos de resolver dudas crearon sus propias cuestiones e interrogantes.

La Pila de Irak


Pero el extraño jeroglifo de Dendera no es la única prueba de que en la antigüedad se conocía las propiedades y el uso de la electricidad. En 1936, un grupo de obreros dirigidos por el ingeniero alemán, Wilhelm Koning se toparon en Irak con un extraño objeto de arcilla en forma de jarrón. El objeto tenía 15 centímetros de alto y poseía un tapón de asfalto. En el interior del jarrón se encontró un tubo cilíndrico de cobre de 26 milímetros de diámetro y 19 centímetros de altura. Así también, se halló una varita de hierro de un centímetro cubierta de plomo ligeramente corroída por algún tipo de ácido.



Los expertos coincidieron en que el hallazgo se trataba de un objeto de culto de alguna cultura antigua, no obstante, en esa misma excavación se encontrarían luego objetos que databan del 2 000 antes de Cristo que habían sido sometidos a un proceso de galvanización, es decir, a un procedimiento por el cual objetos de cobre podían tener la apariencia de la plata u oro mediante electrólisis.

Sendos experimentos comprobaron que haciendo uso de este tipo de energía podía ser muy factible que en la antigüedad no sólo pudiera conocerse las “baterías”, sino que también, que su utilidad era conocida para el trabajo de los metales. Por ejemplo, hace unos años, se realizó un experimento utilizando zumo de uvas y vinagre como electrolito. Con esto, y con los elementos hallados, increíblemente se logró una emisión de 0.87 voltios. Los investigadores concluyeron que una serie de pilas de este tipo hubieran podido lograr una verdadera multiplicidad de voltios, los necesarios para dorar o platear algunos metales.
No obstante, para la ciencia formal, esto no es más que el resultado de meras coincidencias contextuales.

Más datos

Este tipo de hallazgos al parecer, no deberían sorprendernos, diversas referencias halladas incluso en la antigua Roma o Grecia, ya hablaban de ciertas bombillas incandescentes de color rojizo que no podían ser apagadas ni con los vientos ni por la lluvia.

Por ejemplo, el griego Luciano (120 – 180 a.C.) escribió sobre una bella alhaja en Hierápolis (Siria) que estaba engarzada en una cabeza de oro de la diosa Hera de la cual, dice el griego, “emanaba una gran luz”, tanto que, “el templo resplandecía como si hubiese estado iluminado con una miríada de cirios”. Luciano indica que los sacerdotes nunca le quisieron develar de qué estaba hecho la citada joya.

En tal sentido, Plutarco escribió en el siglo I sobre una “lámpara perpetua”, que él tuvo ocasión de ver en el Templo de Júpiter-Amón. En este caso los sacerdotes que custodiaban el templo tampoco le revelaron el misterioso funcionamiento de tan milagrosa luminaria, tan sólo le contaron que ésta ardía continuamente hacía muchos años y que ni el viento ni la lluvia habían podido apagarla.

Así mismo, en un documento hindú, se hallaron los pasos para construir una batería eléctrica. El texto dice: “colocar una plancha de cobre, bien limpia, una vasija de barro; cubrirla con sulfato de cobre, y luego cubrirlo todo con serrín húmedo, para evitar la polarización. Después poner una capa de mercurio amalgamado con zinc encima del serrín húmedo. El contacto producirá una energía por el doble nombre de Mitra-Varuna. Se dice que una cadena de cien vasijas de este tipo proporciona una fuerza muy activa y eficaz…”.

Conclusión

Los Ooparts son, como dice sus siglas, objetos fuera de lugar, es decir, objetos fuera de contexto que nada tienen qué ver con lo que conocemos como verdad histórica o incluso, verdad científica. Es quizá por ello, que son hallazgos fácilmente desestimables por científicos y arqueólogos. El problema radica en que es justamente esta reticencia la que conlleva a aumentar la leyenda y el mito que ciertamente engloba estos objetos.

En cuanto al primer caso, el de la Bombilla de Dendera, es evidente que se trata de una mala interpretación producida generalmente por la lógica reacción de tratar de ver con ojos presentes objetos provenientes del pasado. Por ejemplo, es normal entender por qué los antiguos griegos creían ver un carruaje de fuego cuando observaban el paso de un cometa, simplemente porque era ese objeto lo único que podía encajar con lo que veían en su tiempo, en el caso específico del bombillo se puede dar una figura similar.

En cuanto al segundo caso, el de las pilas de Irak, ciertamente son objetos mejores documentados, e incluso, probados en cuanto a su efectividad para el supuesto uso galvanizador para el que era destinado. No obstante, nuevamente, es muy difícil asegurarlo puesto que no hay documentos que así lo confirmen. De que los hallazgos encontrados (recordemos que si bien es cierto fueron hallados en la misma construcción, estaban esparcidos y fueron posteriormente armados y ensamblados) pueden servir para tal propósito, puede ser, pero de que esa haya sido la intención de los creadores, considero que es una aseveración muy arriesgada.

Las imposibles huellas del río Paluxi


Las imposibles huellas del río Paluxi



Huellas humanas junto a otras de dinosaurios en la vereda del río Paluxi, Texas (Estados Unidos). La roca sobre la que aparecieron ambos juegos de huellas se sedimentó hace más de doscientos cincuenta millones de años. ¿Cómo es posible que existan improntas humanas junto a las de dinosaurio? ¿Acaso convivimos con ellos?
En 1931, en Estados Unidos seguían latentes los efectos de la gran crisis del 29. Estos tardarían en olvidarse. Pero al margen de la económica se había abierto otra que se erigía sobre las creencias y que se revestía con tintes casi bélicos. En esta batalla de ideas, en principio se enfrentaban dos sectores de la sociedad: los evolucionistas y los creacionistas.
Entre ambos colectivos se abría una enorme grieta ideológica. Los evolucionistas aceptaban el gigantesco avance que para la ciencia y el conocimiento suponía la publicación, décadas atrás, de las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies, según la cual todos los seres vivos derivamos de otros inferiores. En el caso del ser humano, el darwinismo consideraba, y considera, que hombres y chimpancés procedíamos de un mismo ancestro común, una suerte de primate original.
Al otro lado de la trinchera estaban los creacionistas, quienes seguían aferrándose a un viejo dogma promulgado por el irlandés James Ussher, arzobispo de Armagh a mediados del siglo XVII . Para ellos, la Tierra, tal cual es hoy, con sus seres vivos sobre la superficie, fue creada por Dios en el año 4004 a.C. En opinión de este grupo, antes de esa fecha no existía ser viviente alguno(1).
Y en medio de esta batalla, hoy afortunadamente casi superada a favor del evolucionismo, que provocó encendidos debates, juicios y hasta leyes a favor y en contra de una tendencia u otra según el estado en el que se dictaran, surgió el enigma del río Paluxi en Texas.
En realidad, los primeros indicios aparecieron en 1908, tras un desbordamiento del rió, en las proximidades de Glen Rose, y dejó al descubierto una serie de huellas de terópodos, un tipo de dinosaurio carnívoro que se desplazaba sobre sus extremidades traseras. Los indios que habitaban aquella zona las conocían como "huellas de pavo gigantes". Los investigadores concretaron más y concluyeron que se trataba de un acrocantosáurio, un gigante reptil del Cretácico que superaba las dos toneladas y media de peso y los 40 metros de longitud. Dos años mas tarde, un grupo de pescadores, hicieron un nuevo hallazgo en la zona, un nuevo grupo de huellas de dinosaurio junto a otras que, por su apariencia y aspecto alargado parecían humanas...

Ni entonces y menos ahora, a la luz de los actuales conocimientos científicos, aquello tenía justificación, puesto que ambas huellas se tendrían que haber formado al mismo tiempo, pero dinosaurios y hombres jamás convivieron. Aquéllos desaparecieron de la faz de la Tierra hace sesenta y cinco millones de años, cuando un enorme asteroide impactó en lo que es hoy el golfo de México, alterando la realidad geológica y medioambiental del planeta. Mientras, nosotros, los humanos, surgimos bajo la apariencia de primitivas formas homínidas, muy simiescas, hace sólo algo más de seis millones de años. Recordemos que los primeros posibles homínidos bípedos son el Sahelanthropus Tchadiensis, con una antigüedad de 6 ó 7 millones de años. Orrorin tugenensis, unos 6 millones de años, y Ardipithecus, entre 5,5 y 4,5 millones de años.
Los creacionistas interpretaron aquel hallazgo como un espaldarazo a sus tesis. Pero era pura alquimia ideológica: decían que las huellas demostraban que seres humanos y grandes saurios habían convivido porque, sencillamente, ambos aparecieron hace seis mil años sobre el planeta por obra y gracia de un Dios creador.
De ese modo pensaba un reverendo –y también científico– llamado Cliford Burdick. Armado con su fundamentalismo a modo de espada, alentó a los sectores más tradicionales de la sociedad americana explicándoles que las huellas del río Paluxi destronaban a Darwin y todas sus “tonterías” –decía– sobre la evolución.
Sin embargo, el triunfo de la ciencia sobre la sinrazón creacionista no logró que el enigma de Paluxi dejara de serlo. Los fundamentalistas cedieron, y hoy el misterio es puramente científico. La gran pregunta, al hilo del hallazgo, sigue en pie: ¿Acaso convivieron seres humanos y dinosaurios en alguna ocasión? La lógica, la razón y la verdad científica invitan a pensar que no, pero no pueden explicar cómo se sedimentaron a la vez  ambos tipos de huellas.
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En el año 1970, un equipo de la Universidad Loma Linda investigó aquellas huellas humanas de –teóricamente– doscientos cincuenta millones de años de antigüedad. Auspiciados por fondos públicos, y con el pesado encargo de satisfacer las teorías científicas, se vieron en la obligación de buscar una justificación. Y salieron por peteneras: “Son marcas deformadas”, dijeron. Aún deben andar escondidos...
Posteriormente, un científico llamado Glein Kuban examinó las citadas huellas. “Parecen humanas”, pensó. Y pensó bien, habida cuenta de su aspecto. Pero tampoco quería cargar con el mochuelo, así que redobló el alcance de su imaginación y hete aquí que dijo: “Huellas de un tipo de dinosaurio con planta muy parecida a la humana”.
Aún está esperando que se encuentren otras huellas similares en cualquiera de los mil y un yacimientos de dinosaurios que se extienden por todo el planeta...
Ninguna de las dos hipótesis alternativas obtuvo crédito.
En la década de los noventa del siglo XX, las huellas han vuelto a ser estudiadas por el doctor Dale Patterson. Tras analizarlas, y no sin dosis de valor infinitas, concluyó: “Presentan la curvatura típica y marca propias de las huellas humanas. Aunque estén sedimentadas hace cientos de millones de años, pertenecen a hombres.”


Hoy podemos asegurar que evolucionistas y creacionistas se equivocaron en el análisis del enigma. Los primeros pecaron de ser, en este caso, unos cabeza cuadrada. Los segundos, no demostraron ser otra cosa más que unos fanáticos. Ni unos ni otros han podido solucionar el misterio. La cuestión sigue en pie, de forma casi perenne: ¿Por qué están ahí esas huellas humanas junto a otras de dinosaurio?
Otro descubrimiento similar fue efectuado en el barranco de Valdecevillo, en la Rioja (España), donde quedaron al descubierto dos huellas humanas junto a un amplio número de otras pertenecientes a dinosaurios datada hace 120 millones de años.

Sólo se me ocurre pensar que, o bien existió una humanidad anterior a la nuestra que convivió con los grandes saurios, o bien los primeros homínidos aparecieron mucho antes de lo que se cree.
Qué les puedo decir, desconozco cual de las respuestas es la válida.

1 - Usserius, Archiepiscopus Armachanus (James Ussher, arzobispo de Armagh), vivió en una de las épocas más convulsas de la política, la religión y la ciencia europeas (1581-1656). Fue ordenado sacerdote en 1601 y nombrado profesor del Trinity College (Dublín) seis años después. En 1625 era designado primado de la Iglesia anglo-irlandesa. Sus posiciones anticatólicas son bien conocidas por los historiadores (aunque parece que sus invectivas nunca llegaron al nivel de fanatismo de los panfletos antipapistas de Milton)

Según Ussher, la humanidad fue creada el viernes 28 de octubre de 4004 antes de Cristo.
La primera evidencia de existencia de vida sobre la Tierra procede de los llamados fósiles químicos.
En 1642, cuando estalló la guerra civil, Ussher se encontraba en Inglaterra, y ya nunca regresó a Irlanda. Durante estos años escribió su obra más conocida: Anales del Antiguo Testamento deducidos del primer origen del mundo, aparecida en 1650. En este monumental estudio, Ussher concluía que el mundo fue creado por Dios el domingo 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo, habiendo comenzado tan formidable tarea durante el ocaso del día precedente. De manera que, según la estimación del primado de la Iglesia anglo-irlandesa, esta semana el mundo cumple exactamente los 6.000 años de antigüedad, si obviamos los cambios en el calendario a lo largo de la historia.
El método seguido por Ussher para llegar a esta precisa datación es común entre los investigadores de la época y anteriores. Está basado en una detallada revisión de las sucesivas generaciones bíblicas y una correlación con los registros conocidos en la época de la historia romana y de las civilizaciones del Oriente Medio. De este modo, la singular datación de unos 4.000-6.000 años para el origen del mundo constituye, en realidad, una evaluación común en los eruditos anteriores al siglo XVII, tanto cristianos como judíos y musulmanes. No obstante, la influencia de esta datación, y en concreto la conocida fecha de Ussher, no parece haber sido tan importante como pudiera creerse, excepto en determinados sectores del cristianismo no católico. Desde luego, no parece tener gran importancia en la ciencia oficial desde finales del siglo XVII. La propuesta de Ussher era incluso rechazada por sus pares contemporáneos, como John Ray (1627-1705). Esta alternativa está basada en la interpretación del Libro del Génesis denominada Caos-Restitución, que puede seguirse hasta el pensamiento de fundadores modernos de la geología y la paleontología, como William Buckland (1784-1856).
En 1819 este naturalista inglés, que publicó los restos del primer dinosaurio conocido, rechazaba que la Biblia pudiera considerarse como una referencia detallada de los fenómenos geológicos históricos. De manera que gran parte del mundo cristiano aceptaba a comienzos del XIX las eras de la historia de la Tierra tal y como eran propuestas por la naciente (y poderosa en la época) ciencia de la geología.
No obstante, la significación de Ussher tiene dimensiones relevantes dentro de las confesiones cristianas no católicas. La fecha del año 4004 apareció por primera vez en los márgenes de los libros bíblicos anglicanos en 1701. La persistencia de este fenómeno es notable: la Gideon Society colocó este tipo de biblias en casi todas las habitaciones hoteleras de América hasta el año 1970. De este modo, la cronología ussheriana cobró un estatus casi canónico en las biblias inglesas. Todavía hoy día las estimaciones de Ussher constituyen una parte importante de las creencias de los colectivos creacionistas, especialmente en Estados Unidos.
Según Ussher, la humanidad fue creada el viernes 28 de octubre de 4004 antes de Cristo y Adán y Eva fueron arrojados del paraíso el lunes 10 de noviembre del 4004 antes de Cristo. El arca de Noé encalló en el monte Ararat el miércoles 5 de mayo de 1491 antes de cristo. Estas estimaciones han sido utilizadas frecuentemente como una prueba contra los paradigmas científicos evolutivos de la astrofísica y biología actuales.
El conocimiento científico de nuestros días sostiene que la edad del Universo puede cifrarse en unos 12.000-13.000 millones de años. Se cree que la Tierra, y el sistema solar, tienen una edad de unos 4.500 millones de años. La primera evidencia de existencia de vida sobre la Tierra procede de lo que los paleontólogos denominan fósiles químicos. La conversión del carbono inorgánico en sustancias biogénicas implica una redistribución de la relación de isótopos 13C / 12C (la materia viva prefiere el isótopo más ligero). Esta señal puede encontrarse en rocas de Isua (Groenlandia) de 3.800 millones de años de antigüedad. Por tanto, existe constancia de que determinados microorganismos habitaron nuestro planeta tan solo 700 m.a. después de la formación de la Tierra.
El registro fósil de organismos unicelulares en rocas de un entorno de 3.000 millones de años constituye en la actualidad un acalorado debate, ya que algunos investigadores piensan que las evidencias disponibles pueden tener un origen abiótico. No obstante, la mayoría de los paleomicrobiólogos que trabajan en esta problemática estaría de acuerdo en que pueden detectarse células fósiles reales a partir de unos 2.000 millones de años.
Recientemente se han descrito fósiles químicos en Transvaal (Suráfrica) que indican la presencia de tapetes microbianos en suelos de unos 2.600 millones de años de edad, lo que constituye la primera evidencia de la conquista de la tierra firme por los organismos vivos. Fósiles de los animales más primitivos, las esponjas, se conocen en China y tienen un antigüedad de unos 600 millones de años.
Pero muy probablemente los animales tenemos un origen mucho más antiguo. En efecto, se conocen rastros producidos por animales con simetría bilateral que tienen más de 1.000 m.a., lo que es congruente con las estimaciones del origen de los metazoos a partir de las filogenias moleculares. Por último, los paleontólogos proponen actualmente un rango de variación de la edad del origen del hombre moderno entre 150.000 y 300.000 años. Una edad consensuada entre los especialistas sería de unos 150.000-200.000 años para la aparición de Homo sapiens.
Muchos creyentes en la evolución teística admiten que su curso se desarrolló como propugnan los científicos de la astrofísica, paleontología o biología evolutiva modernas, pero bajo la creación y/o tutela de uno o varios dioses. La ciencia actual cada vez está más convencida de que la evolución de la materia, animada e inanimada, puede ser comprendida mediante fuerzas y procesos puramente naturales.